Este proyecto nace del sufrimiento, de su superación y del estigma que deja, indeleble como una cicatriz, en la vida social del que lo experimenta. Sin embargo, esta obra surge como una reivindicación del poder autorreflexivo y curativo del arte como herramienta de catarsis para enfrentar y dejar atrás un dolor emocional en muchas ocasiones inaprehensible a través de su plasmación en un medio físico, tangible, real.
En efecto, el proyecto Cicatrices tiene su origen en el proceso depresivo y autolesivo vivido por el artista hacia el final de su adolescencia, y reflexiona sobre aquellos estímulos que lo llevaron a recorrer aquel camino con unos medios muy reducidos y una estética cruda y naturalista. No obstante, el fondo de la obra está dotado de un mensaje vitalista que cuestiona la necesidad de las decisiones tomadas y las relaciona siempre con el acto final, en el que se reivindica la superación de este proceso y, a pesar de las dificultades, prejuicios e inseguridades que impone una vida social marcada por el miedo a la recaída, el renacimiento personal.
En este sentido, el lienzo, material identitario de la obra del artista, se convierte a la vez en testigo y campo de batalla en el que plasmar todos los elementos, físicos y emocionales, que convergen en un proceso depresivo. De este modo, el proyecto pretende partir de la experiencia personal del autor para mostrar, sin complejos ni tabúes, la realidad de muchos jóvenes que enfrentan síntomas de depresión en su etapa formativa y cuya mayor frustración es, en muchos casos, no encontrar la forma de expresar dichos sentimientos. Así, esta obra pretende servir de catarsis, personal del artista y global, y de puente entre las personas afectadas por este tipo de patologías y una masa social que, por falta de normalización de estos procesos, condiciona la esperanza de recuperación de este colectivo. En definitiva, se trata de crear un rayo de esperanza que materialice el complejo proceso mental de dejar atrás el dolor vivido para convertirse en una persona nueva, agradecida por cada momento, e independiente de sus cicatrices.
Materialmente, la performance ofrece un viaje a través de los distintos momentos de autolesión sufridos por el artista, consumado en la certificación de ellos en la piel de este. En un espacio crudo y desprovisto de apoyos visuales, el artista aparece desde un principio sentado y desnudo, a excepción de una prenda de ropa interior color carne y una máscara blanca inexpresiva. Sobre su cuerpo, una prenda compuesta por varios retazos de tela unidos con cuerda de cáñamo se convierte en el lienzo en el que el propio artista, en paralelo a una pista de audio en la que narra las memorias de su pasado autolesivo, va pintando las distintas cicatrices que actualmente conserva a medida que cuenta la historia, su percepción de la historia, detrás de cada una de ellas.
Terminado este proceso, el artista se levanta y, encarando al público, dibuja una última marca en forma de sonrisa sobre la máscara, mientras el audio denuncia el estigma enfrentado tras la superación de su proceso autolesivo, la obligación implícita de un estado de perpetua alegría, el miedo del entorno social más cercano a la potencialidad de su tristeza. Superado este último trazo, el artista se deshace del traje de lienzo, cortando con unas tijeras sus ataduras y liberándose metafóricamente de sus cicatrices, las cuales quedan como objeto resultado de la performance en un bastidor especial diseñado para albergarlas, antes de que el artista, después de enfrentar por segunda ocasión al público, esta vez desnudo y visible, se retira del espacio.
La obra, además, se expone en conjunto con las piezas Juego de Niños y El Demonio, junto a las que conforma un tríptico bajo el nombre New Age Tríptico, haciendo referencia al proceso de renacimiento personal experimentado por el artista tras su proceso depresivo y autolesivo. En esta composición, las tres piezas representan distintas fases de esta transición. Juego de Niños reproduce un macabro dispositivo que el artista elaboró con apenas doce años, diseñado con materiales escolares en apariencia inofensivos, mediante el que se reclama la potencialidad de las tendencias autolesivas posteriores y la indefensión del individuo ante la pasividad de su entorno.
El Demonio, por su parte, señala el proceso por el que el ser humano crea, lleva consigo y en ocasiones pone fin a sus propios traumas, a través de un vídeo en el que el artista, después de montar y cargar un lienzo durante un día de camino, termina encarándose con él y abandonándolo, liberándose conceptualmente de esa entidad. El ciclo concluye en Cicatrices, donde el artista se expone, física y emocionalmente, a todo el proceso anterior, enfrentándolo y poniéndole fin.

Catálogo de obras

Back to Top